La selección Sub-20 de Marruecos escribió una de las páginas más sorprendentes y poderosas en la historia del fútbol juvenil al proclamarse campeona del mundo este domingo, tras vencer 2-0 a Argentina en la final disputada en el Estadio Nacional de Santiago de Chile. Lo que parecía un sueño lejano para una nación que nunca había levantado un título FIFA en esta categoría, se convirtió en una hazaña que trasciende el deporte y que eleva a Marruecos como una nueva potencia emergente en el fútbol mundial.
Por: Mónica Delgado.
Por: Mónica Delgado.
Desde el inicio del torneo, Marruecos demostró que no estaba en Chile solo para competir, sino para disputar el título con personalidad y propuesta. Superaron una fase de grupos complicada, incluyendo una victoria contra Brasil que reconfiguró el panorama del campeonato y los colocó como candidatos reales. En semifinales, su temple quedó en evidencia cuando vencieron a Francia en una dramática tanda de penales. Pero lo mejor estuvo guardado para el partido decisivo ante la poderosa Argentina, múltiple campeona de la categoría y dueña de una tradición inigualable en el desarrollo de talento juvenil.
La final arrancó con un Marruecos valiente, decidido a no dejarse intimidar por los nombres ni la jerarquía del rival. Apenas a los 12 minutos, Yassir Zabiri rompió el cero con un tiro libre magnífico que dejó inmóvil al portero argentino. El gol tempranero marcó un cambio de guion: Argentina, acostumbrada a dominar, se encontró frente a un rival que no solo defendía, sino que jugaba con ambición. Diecisiete minutos más tarde, el mismo Zabiri apareció nuevamente dentro del área para empujar el 2-0 que encendió la ilusión marroquí y enmudeció a los hinchas que esperaban otra coronación albiceleste.
Más allá de los goles, Marruecos mostró una estructura táctica impecable. El mediocampo marrroquí se adueñó de los tiempos del partido, cerrando líneas de pase y obligando a Argentina a recurrir a centros y remates desde fuera. El bloque defensivo aguantó con disciplina y el portero fue decisivo cuando el rival intentó reaccionar. Argentina, aunque cargada de talento individual, no encontró claridad ni respuestas ante un equipo que jugó como una verdadera unidad.
En el segundo tiempo, el peso de la historia empezó a inclinarse. Marruecos administró el reloj con madurez, evitando riesgos innecesarios y apostando por contragolpes que pudieron sentenciar el partido con un marcador aún mayor. Cada balón dividido ganó significado, cada barrida se celebró como un gol. No era solo una final, era una declaración de identidad: el fútbol árabe y africano ya no pide permiso para soñar, compite para reinar.
Cuando el árbitro marcó el final, los jugadores marroquíes corrieron hacia el centro del campo, se abrazaron, lloraron, gritaron y se fundieron con una bandera que representaba mucho más que un triunfo deportivo. Fue el estreno de una nación en la élite mundial, un golpe de autoridad de una generación que no se achicó frente a gigantes. Marruecos se convirtió en el primer país árabe en conquistar un Mundial Sub-20, rompiendo barreras culturales, geográficas y deportivas.
Para Argentina, la derrota fue un golpe inesperado, especialmente en una categoría donde ha construido su legado con seis títulos previos. Pero para el fútbol mundial, esta final dejó un mensaje claro: el mapa del poder está cambiando. Marruecos no solo levantó un trofeo, levantó un nuevo horizonte para todos los que alguna vez creyeron imposible vencer a las potencias tradicionales.
Este título será recordado como el día en que un equipo joven, lejos de los reflectores habituales, demostró que el talento, cuando se mezcla con coraje, puede derribar cualquier historia escrita de antemano. Marruecos no solo ganó un Mundial Sub-20. Marruecos inspiró al mundo.
La final arrancó con un Marruecos valiente, decidido a no dejarse intimidar por los nombres ni la jerarquía del rival. Apenas a los 12 minutos, Yassir Zabiri rompió el cero con un tiro libre magnífico que dejó inmóvil al portero argentino. El gol tempranero marcó un cambio de guion: Argentina, acostumbrada a dominar, se encontró frente a un rival que no solo defendía, sino que jugaba con ambición. Diecisiete minutos más tarde, el mismo Zabiri apareció nuevamente dentro del área para empujar el 2-0 que encendió la ilusión marroquí y enmudeció a los hinchas que esperaban otra coronación albiceleste.
Más allá de los goles, Marruecos mostró una estructura táctica impecable. El mediocampo marrroquí se adueñó de los tiempos del partido, cerrando líneas de pase y obligando a Argentina a recurrir a centros y remates desde fuera. El bloque defensivo aguantó con disciplina y el portero fue decisivo cuando el rival intentó reaccionar. Argentina, aunque cargada de talento individual, no encontró claridad ni respuestas ante un equipo que jugó como una verdadera unidad.
En el segundo tiempo, el peso de la historia empezó a inclinarse. Marruecos administró el reloj con madurez, evitando riesgos innecesarios y apostando por contragolpes que pudieron sentenciar el partido con un marcador aún mayor. Cada balón dividido ganó significado, cada barrida se celebró como un gol. No era solo una final, era una declaración de identidad: el fútbol árabe y africano ya no pide permiso para soñar, compite para reinar.
Cuando el árbitro marcó el final, los jugadores marroquíes corrieron hacia el centro del campo, se abrazaron, lloraron, gritaron y se fundieron con una bandera que representaba mucho más que un triunfo deportivo. Fue el estreno de una nación en la élite mundial, un golpe de autoridad de una generación que no se achicó frente a gigantes. Marruecos se convirtió en el primer país árabe en conquistar un Mundial Sub-20, rompiendo barreras culturales, geográficas y deportivas.
Para Argentina, la derrota fue un golpe inesperado, especialmente en una categoría donde ha construido su legado con seis títulos previos. Pero para el fútbol mundial, esta final dejó un mensaje claro: el mapa del poder está cambiando. Marruecos no solo levantó un trofeo, levantó un nuevo horizonte para todos los que alguna vez creyeron imposible vencer a las potencias tradicionales.
Este título será recordado como el día en que un equipo joven, lejos de los reflectores habituales, demostró que el talento, cuando se mezcla con coraje, puede derribar cualquier historia escrita de antemano. Marruecos no solo ganó un Mundial Sub-20. Marruecos inspiró al mundo.
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